Conocidas como las Islas Afortunadas, las cuales la mitología griega describía como un lugar paradisíaco de clima espléndido y exuberante vegetación, el archipiélago canario bien merece el adjetivo.
Sus 7 islas de origen volcánico cuentan con cuatro Parques Nacionales, formando el de Garajonay, en La Gomera, y el del Teide, en Tenerife, parte del Patrimonio de la Humanidad.
Es también en la pequeña isla de La Gomera donde nos encontramos con un Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad: el silbo gomero, el único lenguaje silbado del mundo y bella muestra del ingenio humano.
Por otro lado, la antigua capital de Tenerife, San Cristóbal de la Laguna, se unió al selecto club elaborado por la UNESCO debido, principalmente, al pionero trazado de su casco urbano, que después se extendería a las nuevas ciudades americanas.
En la árida isla de Lanzarote, el legado de uno de sus más ilustres hijos, el artista César Manrique, dio lugar a una identidad genuina en la que la naturaleza se funde con el arte en perfecta armonía.
El oscuro paisaje desértico, de apariencia casi extraterrestre, del Parque Nacional de Timanfaya, contrasta con el blanco de sus pintorescos pueblos y el intenso azul del océano que rodea la isla, declarada en su totalidad Reserva de la Biosfera.
Distinción con la que también cuenta la cercana isla de Fuerteventura, meca para amantes de excitantes deportes acuáticos como el surf, el windsurf y el kitesurf.
Y hablando de deportes, pocos lugares en el mundo pueden ofrecer unas condiciones para jugar al golf como las Islas Canarias donde, gracias a su clima de eterna primavera, podemos golpear la pelota durante todo el año en campos diseñados por los mejores profesionales, con el mar como escenario de fondo.
En la isla de El Hierro, la más pequeña del archipiélago, los apasionados del mundo subacuático se maravillarán descubriendo algunos de los mejores fondos marinos del mundo.
Mientras que en la verde isla de La Palma, el Observatorio del Roque de Los Muchachos es uno de los mejores puntos de nuestro planeta para observar las estrellas.
Y mirando al cielo podremos brindar con una copa de un magnífico vino canario, el cual el mismísimo Shakespeare, un enamorado del mismo, no dudó en definir como “un vino maravilloso y penetrante que perfuma la sangre”.